Ni la caza de brujas contra el régimen comunista, ni las discusiones con Stanley Kubrick, ni un accidente de avión, ni una apoplejía, ni el encarcelamiento de su nieto, ni tan siquiera cumplir los 100 años pudieron acabar con una de las estrellas más rutilantes del Hollywood clásico, pero era un ser humano, y Kirk Douglas ha fallecido el día de hoy a los 103 años. Al enterarme esta misma mañana, no he podido resistirme a dedicarle unas palabras.
Issur Dannielovich Demski, era su verdadero nombre, pero más allá de ser conocido como actor, a él le gustaba denominarse como “El hijo del trapero”, que fue el título de su polémica biografía, un comunista orgulloso de serlo, e hijo de emigrantes bielorrusos, que a base de trabajo duro y coraje, supo hacerse su propio hueco en la industria y, el día de hoy deja un vacío imposible de rellenar, algo más que un bello hoyuelo.
En 1949 la nominación al Oscar por “El ídolo de barro” le hizo imparable, y continuó la gesta de un indomable del cine, un soldado de la segunda guerra mundial reconvertido en actor, después de haber tenido variopintos trabajos, y que seguiría en la cresta de la ola durante muchísimos años. “El gran carnaval” a las órdenes de Billy Wilder ofreciendo una obra de cine negro ejemplar, fue seguida de éxitos irrefutables en géneros como el péplum en “Ulises”, y el cine de aventuras en “20.000 leguas de viaje submarino”.
La colaboración con directores de la talla de Vincent Minelli (El loco del pelo rojo y Tres amores) , y su participación en western inolvidables “Duelo de titanes” y “Pradera sin ley”, ya dejaban claro que la huella de Kirk Douglas era lo suficientemente profunda como para crear admiración, y adentrarse como estrella en la difícil tarea de producir sus propias películas. “Senderos de gloria”, y sobre todo “Espartaco” forjaron el metal imperecedero e indestructible de un actor hecho a sí mismo, con una fuerza indomable, que hacía que su físico e intelecto cimentaran a un hombre sin miedo a la amenaza sobre todo aquel que abiertamente hablara a favor del comunismo, en una época difícil y atemorizadora en la Norteamérica de aquellos años.
Particularmente de todas las maravillosas interpretaciones de Douglas, y eso que en su haber ha encarnado a Doc Hollyday, Vincent Van Gogh, Espartaco y Ulises, yo me quedo con Einar en “Los vikingos”, una maravilla e intensa muestra de cine histórico, una de mis películas preferidas en la que Douglas como villano tuerto e insensible es víctima del amor, y cual tragedia griega debe enfrentarse a su hermano Eric (Tony Curtis), ignorando que es de su propia sangre, todo por el cortejo a Morgana (Janeth Leigh), en una lucha a muerte en la que en un breve segundo de lucimiento, la piedad por su posible hermano le lleva a la muerte.
Inolvidable la frase a Janet Leigh -Si no tengo tu amor, tendré tu odio-.
Más westerns, películas de ciencia ficción, dramas y comedias mantuvieron a Douglas en activo en los 70’s, 80’s y 90’s, hasta que en 1996, la academia de Hollywood le ofreció el tan ansiado Oscar que tantos años le había sido negado.
Douglas nunca dejó de trabajar, y su legado queda patente en su hijo Michael. Un último grito antes de terminar -¡Yo soy Espartaco!-